Pol. Ind. Los Desamparados


Nombre: Venus
Profesión: Prostituta
Lugar de residencia: Pol. Ind. Los Desamparados

Aquella mañana, nada más despertarse, se sorprendió de la intensa luz que bailaba en su habitación, molesta para sus ojos y el resto de sentidos embotados tras la borrachera de la noche anterior. Dos días atrás, no había una sola sombra que se moviera en las paredes negras. Hoy, sus pocos cachivaches jugaban a oscurecer la pintura amarilla. Bajó de nuevo la cabeza al colchón, tapándola con la almohada. Más tarde compraría tinte granate y redecoraría su cuarto.

Cerró con llave la puerta de su dormitorio nada más salir. Deseó para esa noche un par de clientes más de lo habitual y así poder comprar otro cerrojo que se sumase a los tres que ya había. Nunca eran suficientes. Bajo los arañazos producidos por las palancas se veían las diferentes capas de pintura que habían embellecido la sencilla madera de castaño. El blanco no era uno de ellos.
La burda lana de la alfombra roja amortiguó el ruido de sus tacones. Una burla constante para sus vecinas y para ella. Todas las mujeres que allí vivían en algún momento habían sido divas de la moda. Su chulo opinaba que la alfombra contribuía a que los clientes que llevaban a sus dormitorios pagaran más, en agradecimiento a poder jugar entre las piernas de mujeres cuyos nombres habían aparecido en las revistas en el pasado. Quizá la farsa habría resultado si la tela no hubiera estado arrugada, agujereada y sucia; casi tanto como las almas de las que allí trabajaban.
Salió por el portal, en dirección al Polígono Industrial de los Desamparados, dónde cada noche ocupaba su lugar justo en la esquina de la calle de la Noche con la Diez. La calle de la Noche en honor a su profesión, la Diez por los años que llevaba ejerciéndola. En cuestión de unos meses tendría que caminar hasta la siguiente esquina. Cuesta arriba, y cada vez más empinada. Y cuanto más arriba, menos clientes se detenían frente a ella.
Sacó un taburete plegable de detrás de una planta de adelfas y se dejó caer en él, recostando la espalda sobre la farola descascarillada que la había iluminado los últimos nueve meses. Se subió la falda y bajó el escote, un centímetro más bajo cada año que pasaba, y procuró no pensar en esos tiempos en que habría podido ir vestida de monja y aún así los hombres se habrían roto el cuello en sus coches para poder comérsela con la mirada.
Hablando de coches…
El Renault 21 de todos los días se detuvo frente a la farola, viejo y abollado, como su conductor. Fuera como fuese, era el que le ayudaba a pagar las facturas. Escondió de nuevo el taburete tras las adelfas, montó en el coche. Este arrancó, rumbo a la parte más oscura de la vida.

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